Apuntes
sobre el suicidio (I)
Por
Ally Kassun
vida es la consciencia de la fragilidad de ésta; a nadie le gustaría morir, la sola idea basta para pensar las cosas “buenas” de la vida y mantenernos en esta condición. ¿Pero qué hay cuando nosotros decidimos ser nuestros verdugos? ¿Qué pasa si pensamos en la muerte como vida en lugar de un fin lleno de incertidumbres?
Para
algunas personas pensar el suicidio es aterrador, un atentado contra uno mismo,
un pecado gravísimo que merece las peores condenas, un acto de cobardía ante la
vida; para otros, sin embargo, es un medio liberador por el cual deciden salir de un
estado que en nada les satisface. Pero ejecutar tal acto merece una indagación
profunda, más allá de los diagnósticos mentales, ¿qué, o cuáles, condiciones pueden llevar a un hombre –o a una
mujer—a tomar esta decisión?
Las
causas pueden ser tan diversas como complejas: trastornos mentales, predisposiciones
individuales particulares, factores
externos como el medio social o el clima o bien, decisiones individuales en las
que no se pueden hallar explicaciones específicas, todos éstos derivados de malestares
psicológicos y sociales; el suicidio ha formado parte constitutiva de las
dinámicas sociales, con altas y bajas en algunos periodos o en regiones, y no debe considerarse únicamente un ente
patológico, sino social; y dentro de este último aspecto hay que abordar lo
moral que determina las diversas concepciones –en su mayoría en contra--hacia el
suicidio.
Los
códigos morales por los que nos regimos están en una contradicción perpetua, y
en cuanto a la forma de entender la muerte, resulta que en lugar de considerarla
como una liberación, es un grillete que nos mantiene atados a la vida sean
cuales sean las condiciones en las que nos encontremos: si alguien sufre de
alucinaciones o considera que la vida que lleva no es la que quiere (pese a sus
intentos por mantener un orden de normal alineación dentro de una sociedad
donde no se siente cómodo) o bien, si es un alma atormentada por una decepción
amorosa o alguien que mantenga una línea suicida hereditaria, o tal vez por
tradiciones culturales, no tiene el derecho a terminar con su vida simplemente porque
está vivo y habría que agradecer eso --¡!-- y cualquier acto contra ello es un acto de
violencia (peor que la que aqueja a las sociedades actuales donde cada día se
violentan los derechos humanos y la cotidianidad de los individuos).
Habría
que plantearnos el problema de otra forma ¿por qué un individuo no puede
decidir cuándo, cómo, y dónde quiere morir? Si es que se ha negado el derecho a
llevar una vida digna, o con la que se sienta a gusto, ¿por qué no habría de categorizarse el suicidio como una elección personal?
El
sujeto se hace responsable de su vida y por tanto, de su muerte. Pero son estos
códigos morales lo bastante opresores (¡aún en la muerte!) para impedirnos ver de ésta forma la
muerte, el cuerpo (porque claro que hay connotaciones corporales que derivan
del suicidio: es violentar el cuerpo, ir contra aquello que la sociedad ha
impuesto, en última instancia es negar el cuerpo; pero por otra parte, puede
ser un acto de liberación, un acto de desahogo y de protesta; está el caso
particular que me viene a la mente, de la tribu guarani de Brasil cuyos miembros
“amenazaron“ con quitarse la vida en un suicidio colectivo como protesta hacia
el arrebato de sus tierras) y la existencia individual.
La
decisión, cuando está tomada y se ejecuta, puede considerarse con recelo, mas ¿no
sería la única decisión que nos compete enteramente como individuos? Me remito
a una cita de la Revista Generación en el número “El respeto al suicidio ajeno
es vital” en un artículo de Silvia Meave: “Elegir entre la vida y la muerte es
el acto primero de la libertad humana y el único al que, según la mayoría de
los códigos morales, legales y extraterrenales, no tenemos derecho… ¿peor cárcel
puede haber que vivir sin las prerrogativas de una vida plena, sana y natural?”
Cada
día hay un suicidio, cada segundo en alguna parte alguien cumple su propósito,
el suicidio es una realidad, está ahí, ha estado en todas las sociedades en los
diversos periodos, querer comprenderlo es como buscar una aguja en un pajar. ¿Por
qué no sólo permitir esa opción como un acto consciente del individuo, un acto
de total soberanía sobre su vida y su cuerpo?
Si
estas proposiciones parecen escandalosas, habría que considerar el sistema en el que vivimos y las condiciones que propicia y fomenta: pobreza, genocidios,
exterminios en función de intereses particulares, guerras, violencia social,
exclusión, etc., todas ellas condenas de muerte. Hay que quitarnos la careta y
no jugar a los moralinos optimistas cuando alguien nos plantea para sí la idea
del suicidio que, finalmente, es un acto individual, de protesta hacia la vida
que no ofrece nada, hacia la sociedad que relega a los suicidas a enfermos mentales
(denles una pastilla para que sean felices –tema muy aparte de las drogas: hay
quienes usan drogas y no tienen pensamientos suicidas--, reclúyanlos en centros
para atenderlos); de libertad, de carácter.
Actualmente
el suicidio ha ido incrementando. De acuerdo a las cifras del INEGI, 7.6 de
cada 100 mil habitantes cometen suicidio o han intentado hacerlo, en su mayoría
jóvenes en edades que oscilan entre los 15 y 24 años de edad; los medios por los que se
opta son ahorcamiento, armas de fuego o de otro tipo, envenenamiento e
intoxicación; las causas principales son
disgustos familiares, decepciones amorosas, frustración laboral o académica,
entre otros desconocidos.
Las "soluciones" de especialistas y de los institutos de salud mental son sencillas, en sus palabras:
crear esquemas de prevención --que
consideran el suicidio como el resultado de enfermedades mentales mal atendidas
y que puede ser prevenido— consultar a especialistas, ser optimistas ante la
vida, etc. Mientras que al sistema socio-económico en donde vivimos, que nos
revienta y palea cada día de diversas formas, debemos eximirlo de toda culpa,
el individuo es responsable de buscar ayuda para perpetuar una vida con la que
está a disgusto.
Finalmente
la pregunta queda abierta y a debate: ¿el suicidio es una opción que podría ser
reconocida socialmente? ¿Bajo qué clausulas? Yo por mi parte no lo condeno: hay
cosas más viles que decidir terminar de vivir en vez de morir viviendo.
Fuentes
(para saber más)
1. Durkheim,
Emile, El suicidio, Ediciones Akal, Madrid, 1982.
2. Revista
Generación, “El respeto al suicidio ajeno es vital”, Año II, No. 14, 1991.
3. Estadísitca
sobre intentos de suicidios y suicidios, INEGI, 2013 [consulta en línea: http://www.inegi.org.mx/est/contenidos/Proyectos/registros/sociales/suicidios/presentacion.aspx]
4. “Se cuatriplica el número de suicidios en la
última década” en Periódico La Jornada, abril 2013 [consulta en línea: http://www.jornada.unam.mx/2013/04/03/sociedad/042n1soc]
5. Aguila,
Alejandro, “Situación actual del suicidio en México” [consulta en línea: http://www.suicidologia.com.mx/imagenes/situacion%20actual%20del%20suicidio%20en%20mexico.pdf]
6. “Capitalismo,
enfermedad mental y suicidio” en El Amanecer [consulta en línea: http://periodicoelamanecer.wordpress.com/2013/02/11/capitalismo-enfermedad-mental-y-suicidio/]
Interesante, esta clase de arts con referencias son muy pertinentes para el sitio.
ResponderEliminarSaludos